miércoles, 26 de noviembre de 2008

No maduramos poco a poco, sino que la vida misma nos hace madurar a golpes. Unos más duros, otros más suaves, pero sin duda, son aquellos más dolorosos, los que te hacen crecer.

De todos los recuerdos imborrables que tengo en mi cabeza, el de la llamada que recibí para decir que habías muerto es, sin duda, el más fuerte de todos. Salí de clase como cualquier día, empezaba a hacer calor y estábamos en plenos “junios”. Abandoné el campus sola, no vi a P. aquel día. A mitad de camino sonó el teléfono, la madre de P. me estaba llamando, preguntó si estaba con ella y contesté que no sabía dónde estaba, entonces se me echó a llorar y me dijo que quería decírnoslo a las dos juntas pero que aún así me lo decía a mi ya: habías muerto, el avión que te traía de vuelta a casa se había estrellado y tú, ya no estabas con nosotros. Grité, grité en medio de la calle, colgué y eché a correr llorando. Corría todo lo que los tacones me permitían y no paraba de llorar. Desde entonces, cada vez que veo a alguien sólo por la calle llorando me acuerdo de ese momento y tengo ganas de acercarme a abrazar a esa persona que habla por un teléfono nerviosa como yo aquel día. Llamé al que entonces era mi novio, no tenía casi saldo y se cortó, llamó él, dijo que estaba viendo la noticia en la televisión y que se había acordado de ti, sabía que existía la posibilidad de que fueras uno de esos cuerpos calcinados. Me dijo que me esperara ahí, que me venía a buscar, pero él tardaba más en llegar de lo que me quedaba a mi de camino. Seguí hasta casa, subí, abrí la puerta y mi padre apagó el televisor, fui a la cocina, me senté fatigada, miré a mi madre y me eché a llorar. P. acababa de llamar a mi casa y ya había contado lo que pasaba.

Lo siguiente que vino fue algo que nunca pensé me tocaría hacer tan pronto: coger la agenda de teléfonos con ositos y llamar a los que te conocían, a nuestros compañeros del colegio y explicarles que... mierda, no sabía cómo se explicaba algo así. De pronto fui al cole a buscar a mi hermano y algún profesor se acercaba a darme el pésame, a mi, a mi que tan sólo tenía 19 años. Sólo teníamos 19 años.

P. fue novia tuya un tiempo, pero yo fui una gran amiga, yo fui una de las personas de las que te acordaste cuando estabas allí y por eso me llamaste un día a contarme cómo iban las labores humanitarias, qué hacías con tus compañeros y para decirme que volvías en un mes y que me llamarías para quedar y contarme bien todo. Aún no me he atrevido a borrar tu número de móvil de la memoria, sería como hacer desaparecer esa última llamada, esa última vez que hablé contigo.

Nunca me separo del anillo que me regalaste, siempre va conmigo en el dedo pulgar y de vez en cuando, lo miro y le doy un beso y me acuerdo de cuando fuimos juntos de campamentos, de cuando te quedaste dormido al sol sin camiseta, con la mano en la tripa y se te quedó la marca. Me acuerdo de cuando fuimos pareja de baile en danza jazz, de cuando intentaste ligar conmigo regalándome el anillo. Me acuerdo de muchas, muchísimas cosas (de las noches en tu casa, las pirolas del cole, de tu perro..) pero sobre todo, me acuerdo de tu sonrisa.

Litos, cómo se te echa de menos.